04 diciembre 2006

Carta a un ángel



Y el tiempo pasa; pasando de largo a veces y ralentizando sus segundos en nuestra memoria garantizando la supervivencia de recuerdos que nos rescatarán en el futuro de momentos de ausencias.

Todos; buenos y malos, los vamos atesorando en el álbum de la vida común de una amistad. Este camino es una lucha sin fin ni tregua por la libertad de conocerse. La amistad no entiende de balanzas ni de barreras; y así he sentido y siento la tuya. Jamás me has exigido rendir cuentas a cerca de mi presencia o de mis momentos ausente. Jamás he necesitado pedírtelas a ti.

Hablamos de todo y de nada, y siempre sin límites, ni de hora ni de temas. Me has ofrecido el cobijo y la valentía necesarios y suficientes para mutar, seguir y sobrevivir, pero siempre bajo la protección de quien de verdad conoce. Y la libertad de buscarme a través de los años de mil modos sabiendo que me ayudarías a reconocerme en el encuentro final.

Mil veces he pagado contigo la frustación de un paso en falso llenando nuestros cafés de humo, y sólo de humo. Mil veces he gritado en tu presencia la necesidad de entender lo que me rodeaba. Muchas más he callado a tu lado, y de ninguna de ellas has pretendido forzar una palabra; porque siempre has sabido el motivo de cada una de mis silencios sin necesidad de preguntarlo.

Has compartido tus lágrimas conmigo y me has otorgado el privilegio de recogerlas para nunca olvidarlas(las dos sabemos que sólo de ellas se aprende). Has atrapado las mías sin censurar siquiera la más ridícula . Nuestro camino nunca ha entendido de peajes a pesar de habernos topado con alguna barrera dolorosa.

Jamás hemos pretendido moldearnos en busca de perfiles ideales; hemos cambiado cada una en su interior sujetándonos para no caer. Nos hemos acompañado en las caídas, y también en las subidas; y en algunas ocasiones nos hemos lastimado para darnos cuenta de que eso también pertenece a la libertad de conocerse.

Nunca te he sentido lejos porque jamás lo has estado, ni siquiera en las discusiones de nuestras cabezonerías. En momentos difíciles, de dolor o de miedo, me he emocionado viéndote llegar a rescatarme o regañarme; es la emoción que relaja y da paso a la debilidad permitida ante el que sabes que siempre te ha cuidado. Me crezco en tu presencia ante situaciones difíciles gracias a la complicidad que hemos tejido, a tu lado soy más yo porque me has ayudado a rescatar mi yo.

No hay palabras suficientes para escribirle al ángel que siempre ha vigilado desde cerca mi interior, para el que me ha rescatado y también para el que potencia mi sonrisa. Sólo resta llegar a ser ángel para ti y seguir tejiendo este hilo, seguro infinito en el tiempo y a pesar de la distancia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por qué se quienes sois, porque os conozco y os quiero, por que si no, con todo mi cariño, sería una gran declaración de amor.